miércoles, 26 de agosto de 2009

Madrid me mata


Las circunstancias me llevaron de forma ocasional a la rama laboral de la hostelería, sector en el que nunca antes había trabajado y que abordé con mucha curiosidad. Cuando el volumen de trabajo lo permite, contemplar siete horas de vida de una plaza céntrica de Madrid da para mucho.


A las 18.30 la plaza está poblada de niños, padres, jóvenes y modernos que se dejan ver. Cada uno suele ocupar su espacio y conviven sin problemas. En los parques de columpios que han surgido como setas ultimamente: niños y padres. En las terrazas: mayoría de veinteañeros, nacionales y extranjeros, y algún que otro adulto. En una de los laterales: inmigrantes ociosos. En el centro de la plaza: algún que otro punki dándole a la litrona, algún que otro camello de poca monta y chavales jugando partidillos de fútbol.

Se acercan las 20.00 horas, vamos llegando a la hora punta. A todo el paisanaje anterior, se suman las ancianas que acuden a la misa diaria en la iglesia junto a la plaza, y a la que se llega por el extremo que ocupan los inmigrantes. Caminan despacito en grupos, apoyadas unas en otras.

A las 20.30, la gente se empieza a amontonar esperando una mesa libre en algún velador, las viejas salen de misa y con su paso lento vuelven a sus casas o residencias de la zona, los niños protestan pero al final acaban dejando semidesierta la zona de columpios y la rotación en las mesas de las terrazas empieza a convertirse en una locura. Mientras, van y vienen preadolescentes de una punta a otra de la plaza.

Se ha hecho de noche, la gente apura sus consumiciones en las mesas, los niños y viejos han desaparecido hace tiempo. Los clientes se marcharán en breve. A esta hora de la noche, se empiezan a distinguir unas siluetas que llevan deambulando por ahí toda la tarde, pero el bullicio anterior les hacía pasar desapercibidos. Son los toxicómanos.

Van a algún lado a paso rápido, a veces van solos, otras en pareja. Si te fijas en sus caras, verás miradas en alerta, verás que otro llora quizás porque no consiguió su dosis diaria, quizás porque no tiene dónde dormir, quizás porque es su segundo día sin nada que llevarse a la boca.
Mientras los de la rama de la hostelería vamos recogiendo el local, se asoma uno a preguntar si nos sobró comida. Ante nuestra negativa honesta, nos suplica si hay algo en el cubo de la basura. No les puedes decir que sí y duele mucho decirles que no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario