lunes, 3 de agosto de 2009

Comida de tarro


ETA ha cumplido cincuenta años en estos días. En este medio siglo, el contexto de Euskadi y de España ha cambiado radicalmente. También ha cambiado el perfil de su mano de obra. En los carteles de "se busca" vemos hoy los rostros de chavales jóvenes, que rondan la veintena, es decir, nacidos a mediados de los ochenta, que no han vivido la represión que en su momento pudo servir para explicar la fundación del grupo terrorista.

Los dos últimos antentados de ETA me pillaron en el sur. Allí tuve la oportunidad de conocer a un chaval vasco, vitalista, abierto, dialogante y con ganas de intercambiar impresiones sobre política, nacionalismo, terrorismo... Tengo la impresión de que se sentía más libre para conversar sobre el tema a cientos de kilómetros de su pueblo. En cualquier caso, fue estimulante poder intercambiar impresiones con este chico, nacionalista, y al tiempo abierto a los placeres de la vida que ofrecen otras partes del "Estado Español".

Este muchacho renegaba de las bombas, de los tiros en la nuca y del chantaje. Pero en algunos de sus comentarios se deslizaban argumentos a favor, por ejemplo, del acercamiento de los presos o de protesta por la represión a la que, daba entender, están sometidos los jóvenes vascos.

El hecho de que los asesinos actuales de la banda no cuenten ni la mitad de los años que tiene ETA, a mi juicio, no es explicable si no fuera por una meticulosa y constante lavada de tarro a la que se ha sometido durante los años de democracia a gran parte de los niños y jóvenes vascos.

ETA no sólo mata cuando pone una bomba lapa o pega un tiro en la nuca. La escasa empatía que demuestan parte de los vascos nacionalistas con las familias de los muertos es otro crimen. Hoy el Parlamento de Euskadi rinde homenaje a los dos últimos asesinados por la banda. Quizás una lejana luz al final de este túnel que viene durando ya demasiado. Y ellos lo saben.

ETA NO, ETA EZ

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