“Arrimar el hombro”. Con esta frase, la ministra de Economía y vicepresidenta primera, Elena Salgado, trataba de convencer a los diputados del Congreso sobre la necesidad de subir los impuestos a las rentas más altas en estos tiempos duros, aunque de momento, el Gobierno no ha podido sacar adelante esta propuesta. Lo que llama la atención es lo convencida que parecía la ministra al pronunciar estas tres palabras.
Sorprende porque de momento, quienes están arrimando el hombro son todos los fumadores sin distinción y aquellos que precisen de un vehículo para trasladarse. Da igual si son acomodados ciudadanos que van de paseo a la playa, transportistas, estudiantes o parados.
Daremos por sentado que es necesario que el Estado, para que siga funcionando al menos como hasta ahora, necesita recaudar más, pero la falta de imaginación -y de algo más-, ha llevado a nuestros gestores a subir los impuestos sobre el tabaco y el combustible. La sagacidad de esta subida está en que si el paquete de 20 cigarrillos cuesta ahora 15 céntimos más, el tabaco de liar, mucho más económico y que a raíz de la crisis estaba gozando de gran éxito entre los fumadores más achuchaos, ha subido casi un euro (95 céntimos).
Es fácil justificar la subida de impuestos sobre el tabaco y el combustible con los argumentos del gasto sanitario y el coste medioambiental. Lo que no es tan fácil de explicar es por qué un gobierno se autodefine como progresista si presume de haber eliminado el impuesto de patrimonio, descarta taxativamente revisar el IRPF, pero no se corta al aplicar mayor gravamen sobre productos que pagan todos por igual.
A ver cuál es la siguiente ocurrencia.
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